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Desde su aparición en diciembre de 2019, el COVID-19 ha provocado una sensación de alarma generalizada en la sociedad. Sin embargo, los estudios sobre esta enfermedad han demostrado que sólo resulta potencialmente mortal para ciertos grupos de riesgo determinados por aspectos como la edad y la presencia de enfermedades previas.  

El riesgo de fallecimiento por coronavirus aumenta con la edad y se agrava aún más en adultos mayores de 65 años. Pero además de la edad, existen determinadas condiciones y enfermedades que aumentan el peligro y empeoran la evolución de la enfermedad. Entre ellas destacan las condiciones médicas que conllevan un estado de déficit inmunitario, tales como la enfermedad renal, hepática, respiratoria y cardiovascular crónica.

También deben tener especial cuidado aquellos pacientes infectados de VIH, los que se encuentran a la espera de trasplantes de órganos, quienes están recibiendo un tratamiento de quimioterapia, los pacientes con enfermedades autoinmunes y tratados con corticoides, inmunosupresores o productos biológicos y las personas diabéticas.

En conclusión, el COVID-19 se manifiesta de manera general como un cuadro febril que, en los pacientes considerados de riesgo, puede mostrar una evolución desfavorable y volverse peligroso. Por este motivo, es fundamental que el conjunto de la población respete las medidas de protección, no solo para salvaguardar su propia salud, sino para disminuir el riesgo de exposición al virus de los grupos más vulnerables.